Por: Miguel Escobar Torres
Foto de Wendell Berry por Guy Mendes
Wendell Berry es un autor que empieza a ser recurrente en ciertos ámbitos de la Iglesia cuya preocupación es la teología de la creación. Sin embargo, es de notar que Berry no es un autor convencional – empezando por su extraño y apropiado nombre –, pues no es un gran teólogo, ni un gran filósofo – en el sentido académico en que se suele usar el término –, y ni siquiera es oficialmente católico ni suele participar activamente en la liturgia, pues prefiere deambular por el bosque mientras su mujer va a la iglesia. Pero, ¿qué clase de persona es entonces este anciano en el que tanta gente empieza a encontrar inspiración también en España? Respuesta: es un granjero, agricultor, poeta, ensayista. He aquí al hombre.
Wendell Berry es un amante de la creación. Pero este título de “amante de la creación” debe ser matizado, pues se puede usar en muchos sentidos. ¿En qué sentido no es un “amante de la creación”? En el sentido del burgués que hace uso de su vehículo para salir de su cómodo apartamento urbano, se echa a la carretera con una mochila con útiles y víveres – además de un reloj que contabiliza los pasos y las pulsaciones – y se adentra en la montaña con el objetivo de desconectar un fin de semana del mundanal ruido de las ciudades, para volver pasado un corto tiempo a su pulido apartamento y a su vida de negocios. No, no es Wendell Berry un montañero que vive ocasionales aventuras en la montaña, haciendo puénting, senderismo o escalada con un amplio material adquirido previamente en un socorrido centro comercial.
¿En qué sentido sí es un “amante de la creación”? En el sentido del hombre que se escapa de la civilización – semánticamente ligado al concepto de “ciudad” – para convertirse en un verdadero campesino. El que no va al campo como lugar de paso, sino que se asienta en una finca para echar raíces, para vivir con los ciclos de las estaciones y las cosechas, incluso aunque no posea, al menos en un primer momento, ese invento moderno que separa cultura de barbarie: el sifón. Wendell Berry no va al campo a “teletrabajar”, sino a trabajar. No pretende llevar al campo la frenética vida comercial de la ciudad, sino romper con ese ritmo frenético y hundir sus pies y sus manos en la tierra negra y húmeda, la tierra fértil. Va a reencontrarse no sólo con la naturaleza, sino con la humanidad misma, a la que en vano tratan de atar al anticosmos virtual.

Que la vida es un milagro, como dice uno de sus títulos más célebres, significa que el milagro está contenido en la vida, no que la vida, ya desprovista de lo sobrenatural y reducida a mera biología, debe ser admirada como si de un milagro se tratase. La vuelta a la naturaleza implica un abandono de esa moderna zona de confort, ignorante del milagro contenido en la vida, que ha enajenado al hombre de su natural tiempo cíclico. Berry se reencuentra con la naturaleza viviendo y trabajando en ella, y al hacerlo se reencuentra con la humanidad, la vida, el tiempo y Dios.
Esto supone un revolucionario – y muy necesario – cambio de mentalidad. Puede parecer que padece un cierto tipo de idealismo que plantea cosas más poéticas que posibles: no todos vamos a abandonar las ciudades y nos vamos a ir al campo. De acuerdo. Pero Wendell Berry es plenamente consciente de ello. En El arte de cuidar la casa común, otro de sus títulos, explica que él no propone que todos se hagan campesinos, cosa tan imposible como que todos los hombres modernos se dediquen a la industria. Sin embargo, aunque no todos los hombres modernos se dedican a la industria, todos comparten una misma mentalidad industrial.
La verdadera razón por la que Wendell Berry es un autor revolucionario no es que vaya a una montaña y exclame para sus adentros: “¡qué cosa más bonita es ésta de la naturaleza!”; más bien es que nos llama hoy, a mí y a usted, lector, a sustituir la moderna mentalidad industrial – virtual, diría yo – por la mentalidad agraria, incluso aunque no seamos agricultores, de modo que lleguemos a descubrir no sólo que la naturaleza es “bonita”, sino que en verdad constituye una inmensa liturgia cósmica.
Miguel Escobar Torres es un filósofo español, profesor de Metafísica, Teoría del Conocimiento y Ética en la Universidad Rey Juan Carlos. Vive en Madrid con su esposa Fernanda y Tom, su gato siamés.